Ya he aterrizado, de nuevo. Estuvimos una semana por Bruselas (Bélgica) conociendo al recién nacido Pablo, el primogénito favorito de Mónica. Ya he puesto fotos por aquí del feliz acontecimiento y no voy a insistir en la fotogénica belleza de los críos delante de la cámara, si la mitad de nosotros saliéramos así de bien en las fotos pues para que íbamos a salir a la calle, teniendo cosas guapas que ver en el espejo de casa.
Para no sobresaturar los sobrinoreceptores decidí darme un garbeo por los alrededores de Bruselas.
Ya hace diez años que estuvimos por allá y ya por entonces tuvimos ocasión de visitar Gante (Gent) y Brujas (Brugge) con las opciones turisticables clásicas. Pero estando el tiempo como estaba Loquillo, feo, frio y normal, para ser Bélgica, decidí irme no muy lejos y conocer algo nuevo. Si tengo que mojarme y volver tiritando por lo menos que no me cueste dinero.
A recomendación de David (padre de la criatura) me cogí el tranvía hacia el sur (bien) y me fuí a visitar el Forêt de Soignes, Zoniënwoud ó Bosque de los sueños. Es una gran extensión de hayas en su mayor parte y de origen artificial (repoblación) que rodean/bordean la ciudad de Bruselas. Desde el centro de Bruselas un anormal tardaría unos 20 minutos en llegar al bosque siempre y cuando fuese capaz de entender el neerlandés por la megafonía de un tranvía en marcha, si como en mi caso, usted es una personal normal pues le tocará ir bajándose del tranvía a intervalos espontáneos y aleatorios, tratar de traducir el nombre de la parada a algún idioma civilizado y volver a subirse al tranvía hasta que oiga algo como Auderghem-foret.