En los años 80, cuando empecé a salir con Merche, yo llevaba el pelo largo y ella corto. Los críos se nos reían en la cara por eso, porque yo parecía una cría y ella un crío, decían. Los otros, los que no eran tan críos, los adultos con confianza o sin ella se la pasaban dándome consejos que por supuesto nadie les había pedido: cortate el pelo y verás que es mucho más cómodo, si quieres encontrar trabajo te vas a tener que pelar, llevalo como quieras pero lávatelo a menudo, recógetelo que no se te meta en la cara,…
Han pasado treinta años y esta audacia conceptual, ese malabarismo verbal, esa ideología de vanguardista ha quedado relegada al Congreso de los diputados y a las editoriales de la prensa más renovadora.
Pero, ¿se imagina ustedes la que se habría montado si mi tocayo Alberto Rodríguez al entrar al Congreso se quedase mirando a Celia Villalobos y le dijese: «Si tu quieres llevar un gato muerto en la cabeza me parece muy bien, pero duchate que no cojas piojos!!«?.
Sí, alguno nos llevaríamos dos días partiendo de la risa (tocayo!! esta no te la perdonaré jamás!!). Pero no es así, a algunos la educación nos puede y cuando los críos nos sueltan la gracieta o el chascarrillo de turno le devolvemos la mirada con una simpática sonrisa y seguimos a lo que importa. Celia Villalobos, como otros tantos que no salieron en prensa, no son de este palo educativo sino del palo que se siente en una superioridad moral que les permite andar dando consejos higiénico/estéticos a desconocidos por el simple hecho de encontrarse en el mismo anfiteatro que ellos. Es la prepotencia que la inmensa mayoría de nosotros, los comunes mortales, solo hemos conocido en los aquellos macarrillas del colegio de nuestro barrio y en los viejos amigos de nuestros padres cuando teníamos 8 años. Ya trató también Celia de hacerlo con Pablo Iglesias el día de puertas abiertas del Congreso cuando sin beberlo ni comerlo se plantó delante del líder de PODEMOS a darle consejos. La réplica parece que le gustó poco. Será la falta de costumbre.
Como para tratar de arreglar este nuevo episodio de chulería vacilona se descuelga después con un patético «eh!! no, si en mi familia también tenemos alguno con rastas«, como aquellos racistas a los que les florecían los amigos gitanos en los días señaladitos de Raimundo Amador. Celia, eres un poema de temporá, de la temporada pasada concretamente.