No miento si digo que tres cosas que me apasionan, o que me gustan, o que han marcado, y lo siguen haciendo, en gran medida mi vida, han sido el fútbol, la música y la política. Y las tres tienen muchas más cosas en común de lo que en principio pudiera parecer.
Durante mi primera juventud fui fan declarado, y émulo aficionado, de numerosos grupos de rock, y de algún que otro equipo de fútbol. De igual modo, también milité en diferentes colectivos políticos.
Si algo he descubierto de las vivencias que estas aficiones me han dado es que adscribirse a una ideología determinada, declarse fan de una banda de música, o forofo de un equipo de fútbol carece hoy de sentido para mí.
Eso no me impide disfrutar de una gran canción, ni emocionarme con un fantástico partido de fútbol, ni reivindicar con mi firma un manifiesto que considero urgente y necesario. Creo, por el contrario, que, muchas veces, vernos libres de ataduras gremiales nos permite gozar plenamente de nuestros aciertos, y enriquecernos de nuestros errores.
Cuando Podemos irrumpe en los parlamentos autonómicos, en los ayuntamientos, en el Congreso y el Senado, los principales medios de comunicación destacan que la ciudadanía plebeya ha llegado a las instituciones. Y a algunos de los que vivían en la poltrona les molesta su/nuestra falta de etiqueta. Y es que es muy cierto que son muchas etiquetas las que Podemos ha roto. Con sus pedazos contruiremos otras, pero no serán iguales. Serán distintas y mejores.