Un par de casas más abajo en la acera de donde vivo actualmente hay un chalet, hoy cerrado y vacío. Ya hace cuatro o cinco años que murieron los vecinos, primero él y luego ella (en poco más de un mes perdió la cabeza).
Cuando eramos críos, con 10-11 años recuerdo jugar en la obra de construcción de su casa-chalet. Recuerdo concretamente pasarnos un fin de semana saltando desde el primer piso hasta un montón de arena que los albañiles habían dejado perfectamente amontonado y centrado en el jardín.
Era habitual, por las tardes colarnos y pasarnos horas olisqueando con al emoción de andar ilegalmente por una casa que no era nuestra, lo que algún día sería la cocina, el baño, la terraza…luego tomábamos impulso corriendo y saltábamos desde el primer piso (todavía no tenía paredes) hasta el montón de arena del jardín… y otra vez para arriba, y otra vez a saltar… un auténtico subidón de adrenalina esos 2-3 metros.
La sorpresa vino el lunes. Supongo que sería verano porque recuerdo ver a los albañiles llegar por la mañana al montón ahora bastante más esparcido por el suelo y con los legones excavar para sacar de entre la arena un puñado de clavillas de acero, de esas de color negro con estrías que se usan para los encofrados. Para que no se las robásemos las habían escondido entre la arena. Y vaya, les funcionó, allí seguían.
Recuerdo que ya entonces con 10 u 11 años nos asustamos. Nos miramos y vimos la tremenda hostia que nos podíamos haber dado cayendo sobre uno de esos hierros, de la que nos habíamos escapado. Lo revivo años después y todavía me dan escalofríos de pensarlo. En la vida se me ocurriría ahora saltar hoy a un montón de arena sin haberlo examinado varias veces a conciencia.
Hoy cumplo 49 años (sí, casi ná) y creo que ese montón de arena es una buena metáfora de lo que es «hacerse viejo«.