Después de los 10 días de travesía en kayak por bahía Magdalena volvimos a La Paz, nos tomamos una tarde de descanso y ducha caliente y a la mañana siguiente alquilamos un coche y nos fuimos hacia el norte, hacia Loreto. Salimos a ver la ballena azul y visitamos algunas zonas del desierto interior y playas del sur de Loreto que nos habían recomendado. Hacia el penúltimo día, después de atravesar una pista de desierto bastante entretenida acabamos saliendo a la carretera de La Paz-Insurgente, la que teníamos que tomar de vuelta, pero como todavía nos quedaba un día decidimos volver a Bahía Magdalena donde acampar y localizar a alguien que nos sacase a ver las ballenas grises otra vez.
Acabamos en un poblado de tan sólo una chabola y deshabitado a orillas de Bahía Magdalena, Cayuco, donde montamos el campamento, y en esto estábamos ya al anochecer cuando de casualidad dimos con una familia de pescadores que vivía muy cerca por la costa pero a través de un laberinto de caminos entre los cactus y dedicados a la acuicultura de almejas varias y callo de Hacha (un manjar, idéntica a nuestra nacra).
Encantados de vernos por allí nos enseñaron todas sus instalaciones, redes, técnicas y proyectos futuros (los pescadores mexicanos han resultado ser unos encantadores anfitriones, extremadamente amables y habladores). Por supuesto nos dieron a probar todas y cada una de las almejas y callos que ellos mismos cultivaban.
Les propusimos salir a ver las ballenas al día siguiente, y una vez solventados algunos problemas de infraestructura (tenían que preparar la lancha y comprar gasolina) quedamos para la mañana siguiente.
Salir con alguien no-profesional a ver ballenas tiene el inconveniente de que su inexperiencia al aproximarse a las ballenas salta a la vista. Las respetan y evitan acercarse a ellas a sabiendas de que con muy poco esfuerzo un animal de este tamaño tiene muy fácil hacer saltar por los aires la embarcación. La principal obsesión preocupación de Jorge era por todos los medios tratar de no herir a las ballenas que se acercasen, especialmente con la hélice, por miedo a que un revés del animal herido nos tirase a todos al agua. Por suerte esa misma falta de experiencia ayudó a que se dejase guiar por nuestras indicaciones y parase cuando se lo solicitábamos o no emprendiese la huida (como pretendía) cada vez que una ballena se nos acercaba. Sigue leyendo…