Como buen naturalista de pro ya (seguro que a usted también) me ha pasado más de alguna vez, que algún conocido, ebrio por un más que evidente exceso de confianza y perdiendo cualquier minúscula presencia de desvergüenza me pregunte y/o reafirme «¿y a ti, porqué te gustan tanto los animales?», con aire de sorpresa e indignación yo siempre miro a Merche y le pregunto «¿vas a permitir eso?«.
Y es que la gente se confunde cuando está ebria, de confianza. A mí me gustan los animales como a todo el mundo, con patatas fritas, cerveza y un poco churruscaicos.
Luego pasa lo que pasa, el animal te corresponde, y la que te vienes a dar cuenta se te planta con las maletas en la puerta de tu casa y con un cepillo de dientes superraroraro en la estantería del cuarto de baño.
Aquí la susodicha medianaranja de Johan, con cara de «Si lo ves dile que lo amo! profundamente!» (lo cual, viendo de una iguana macho, tiene muchas lecturas a cual más peligrosa).