Es casi tan edificante ver al país repetir a los políticos que nos metieron en la crisis como ver a los políticos repetir las economías que arruinan al país.
Pero lo más gratificante de todo es leer por todas partes soflamas y vítores con los que encender el orgullo nacional demostrando nuestro verdadero patriotisco en ese instante crucial que son los 90 minutos del partido contra Alemania, dividido en dos tiempos de 45 minutos, y si tanta rebeldía contenida no nos alcanza para meter un gol, nos dan una prórroga.
Ahí, ahí es donde los alemanes se van a enterar de quienes somos nosotros. Nosotros, los gilipollas.
Somos así, de una rebeldía, digamos exótica, incomprendida.
Luego nos fascina buscar paralelismos entre lo que hacen los jugadores en terreno de juego y lo que nosotros deberiamos haber hecho en las urnas. Nos encanta pensar que alineación de nuestro equipo de futbol es un fiel reflejo nuestra situación económica europea, que la casa de gran hermano es una fantástica oportunidad de estudios sociológicos y el culebrón venezolano de las cuatro ni más ni menos que la viva imagen de nuestro poderoso idioma de Cervantes en el mundo.
Luego descubrimos que no, que ni el equipo es nuestro, que la selección española no es más que una sociedad privada dirigida por empresarios sin más patria que la pasta, elegida por nadie y en la que nuestra influencia no vá más allá de pagar la cuota mensual religiosamente… … mierd … este paralelismo no me lo esperaba.