El Sr. Copépodo escribió el otro día en su blog un apunte de muy recomendable lectura y en el que comenta recientes descubrimientos en los cuales la investigación genética ha ayudado en la reconstrucción de las migraciones de osos pardos y osos polares en Norteamérica y ha resuelto (aparentemente) el misterio del análisis del gen de una población de osos pardos en una isla remota que resultaba ser más o menos oso polar según el cromosoma que se mirase.
Léanla, es una de esas historias curiosas y que bien podrían formar el guión de un capítulo de algún futuro episodio del Sherlock biológico. Inevitablemente me ha recordado una historia que se lleva contando mucho tiempo en ecología, cada vez que sale el tema del carácter detectivesco/investigador de las ciencias biológicas, y de como el conocimiento del medio ambiente puede ayudar a comprender y enlazar sucesos aparentemente inconexos.
La historia (creo que no la he contado todavía por aquí, creo) narra cierta ocasión en la que Charles Darwin, sorprendido por la inusitada sobreabundancia de cierta especie de la flora litoral investigó y dedujo como el origen de esta abundancia estaba sorprendentemente ligado a los naufragios de barcos pesqueros en algunas islas británicas.
Según se cuenta, estaba Darwin especialmente intrigado sobre el motivo por el cual una pequeña planta relativamente común en la linea de costa se volvía extremadamente común conforme uno se acercaba a las aldeas de pescadores. Tras investigar la ecología de dicha planta descubrió como el éxito de estas poblaciones esta directamente relacionado los naufragios de barcos pesqueros, y más específicamente con las desgraciadas muertes de sus pescadores.