En una ocasión, durante una acampada de 8-9 amigos en una sierra bastante deshabitada y aislada del sur de Murcia (me ahorraré el nombre para que siga permaneciendo así) nos ocurrió algo bastante digno de psicoanalisis.

Nos fuimos a pasar unos 6 dias a dicha sierra con intención de explorarla. Era en muchos sentidos y sobre todo para el nuestro una sierra virgen. No habia nucleos habitados en muchos kilometros a la redonda, y solo conociendo la ubicación de un pequeño manantial (que nos costó sudor y lagrimas encontrar) se podía permanecer dentro de la sierra más de uno-dos dias (o lo que duren las cantimploras).

Pasamos 3 dias acampados junto al pequeño curso de agua haciendo rutas cortas por los alrededores (el clima y la orografía no permitían florituras). Hacia el cuarto dia llegaba otro grupo de compañeros, comida fresca con patas para los que los esperabamos a base de latas de atún. Sinembargo para entonces la situación se había vuelto, digamos, rarita.
Lo que empezó siendo un juego del escondite, fue derivando a lo largo del ultimo dia en una mezcla de persecución-guerra de tribus salvajes monte através, con guerra de piedras, lanzas, trampas de lazos, emboscadas… Gracias a no se sabe que, reunimos finalmente un poco de cordura para suspender el juego cuando vimos que se nos iba de las manos (de las manos directamente a la cara del “enemigo”). Todavía hoy cuando nos juntamos y recordamos aquella excursión no falta quien diga: Menos mal que por lo menos volvimos todos enteros

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