Hace dos días fui como hago regularmente (cada 1 o 2 días) a «dar una vuelta» a una de mis cámaras de mis Nikon que tengo en el monte fototrampeando. Es una cámara Nikon, con un trípode más otros dos trípodes para sus correspondientes focos de leds mas todo el resto de parafernalia que uso para realizar los vídeos que podéis ver de vez en cuando por aquí: pilas y baterías, sensores, cables, soportes, etc…
Cuando ya llevaba un rato allí me llamó la atención un papelito junto a la cámara que no me sonaba haber dejado anteriormente. Lo abrí y descubrí la nota podéis leer (protegida la privacidad del autor) a continuación:

SaludoSaludo

La primera sensación es de acojone y maldición. La segunda de alivio y esperanza en la humanidad. Luego viene la frustración al descubrir que un sitio que te gustaba y creías «virginal» no es tal y toca recoger los bultos e irse «con la música a otra parte«, ya sería tentar mucho la suerte.

Es la primera vez (o al menos la primera constancia que tengo) en que alguien que ha descubierto una de mis cámara. Anteriormente sólo en una ocasión creo que cabe la posibilidad que alguien viera la cámara y la respetase, por probabilidades más que nada, no tengo pruebas: la cámara estaba atada al pie de un almendro y podaron el almendro sin tocar la cámara. Parece difícil sí, pero cabe la posibilidad de que mirando las ramas de arriba no mirase el tronco de abajo (sobretodo porque era un almendro entre varios cientos que se podaron ese día) y un podador se entretiene unos 30 segundos por árbol.
La realidad es mucho más cruda, hasta ahora y sin contar este último he tenido cinco robos con tres recuperaciones que os cuento por si a alguien sirve de algo.

El robo de los cazadores

El más reciente y que pudisteis leer por aquí hace unos meses. En esta ocasión los cazadores robaron una de mis «configuraciones fotográficas» y se negaron a devolverla aún habiéndoles reclamado mi material en persona y habiéndoles facilitado mi teléfono para contactarme. No fue hasta después de 8 días, con la intervención de la Guardia Civil que se personó en el local social de la Sociedad de Cazadores «La Piedad» de Perín (Cartagena) que se vieron obligados a devolver el material fotográfico.
Este caso, afortunadamente acabó bien.

Intento frustrado con las manos en la masa

Antés del robo de los cazadores ocurrió este y tiene su gracia.
Llegué con el coche y aparqué en la orilla de la carretera. En el poco tiempo que tardé en cambiarme de ropa, sacar la mochila y cerrar el coche pasaron junto a mi dos chavales, dos crios, entre 17/20 años. Como parecían ir en la misma dirección que yo pretendía ir pues deliberadamente perdí algo de tiempo para mantener la distancia y eché a andar, claro, detrás de ellos.
La forma de ir por el monte de estos chavales ya era «rara«. Caminaban en fila india (no emparejados de charla como la gente que sale a pasar), no se hablaban, no llevaban mochilas ni bultos, ni agua, ni prismáticos, ni bastones pero si iban deprisa, mirando al suelo. Vaya no hacía falta ser Hércules Poirot para deducir que iban a piñón fijo, a un sitio concreto.

Supercámara antirrobo

Al cabo de un rato yo seguía caminando detrás de ellos manteniendo la distancia (yo creo que ellos ni se dieron cuenta que los seguía) y empezaron a meterse por un ramblizo cuesta arriba y sin senda, por allí no iba nadie, pero sí era por donde yo tenía que ir y por donde tenía una de mis «configuraciones fotográficas» (ni remotamente camuflada: trípodes, focos, cámaras, cables, etc….). Ahí ya empecé a mosquearme y apreté el paso.
Como digo, la cámara estaba en mitad de este ramblizo apartado de cualquier camino y justo al doblar una curva. Al tomar esta curva me encontré d e bruces con ellos que estaban examinando mi equipo (la batería de plomo fue lo que más parecía gustarles). La cara de los dos chavales era un poema, pero sólo duró un segundo. Yo no llegué ni a decirles nada, ni gritos ni amenazas, ni gestos, simplemente les puse cara de «os he pillado» y hubo estampida. Que velocidad. Solo he visto correr así, monte arriba y entre los pinchos, a los jabalíes cuando les persigue una rehala de perros. Los seguí con la mirada hasta que los perdí de vista y me dispuse a recoger. El equipo estaba intacto claro, apenas estuvieron 15 segundos, sólo llegaron a mover de sitio una batería de plomo, que cosas. Claro! quien va a querer una mini-camara deportiva desarmada y sujeta con cinta americana.
Sospecho que el chaval que había delante ya había pasado antes por el sitio, sin atreverse a tocarlo pero con la golosina en la boca se fue a buscar a quien le ayudase a digerirla.

El auténtico robo

En este caso hay poco que contar. Torpeza mía y exceso de confianza. Puse la cámara en un bosquecillo de pinos, cerca de la carretera y algunas casas de campo. Cuando volví al cabo de una semana de la cámara no había ni rastro. ¿Alguien que la encontró por azar? Pues es posible, pero siempre he tenido la sensación de que me vieron desde alguna casa rondar y «hacer cosas» y fueron a ver qué.
Desde entonces tengo casi más cuidado en dejarme ver que en camuflar la cámara. Aplicaos el cuento.

Robo o juguete improvisado

Esta tampoco la recuperé, pero cada vez que paso por la zona la busco. Estoy casi seguro que no fue alguien sino algo: un jabalí, un tejón, un zorro con ganas de jugar.
En esta instalación no amarré la cámara. Era un talud de yeso entre vegetaciones muy densas. Un zona de paso de tejones. No tenía donde amarrarla así que acomodé la cámara en una cama blandita de polvo de yeso, a ras de suelo con la cinta de amarre recogida con cuidado detrás de la cámara y un pack de pilas extras.
Cuando volví al cabo de una semana la cámara había desaparecido, y habría pensado en robo hasta que descubrí entre la vegetación la correa de amarre tirada en mitad de una senda… estuve dando vueltas y más adelante encontré el paquete de pilas auxiliares que tenía la cámara. Todo esparcido por la zona, a lo largo de una senda, todo menos la cámara… Mi deducción: algún animal agarró la cámara y se la llevó a jugar mientras iba dejando un reguero con las cosas que se desprendían (nadie roba una cámara se deshace de la correa y un paquete de 12 pilas). Algún día encontré la cámara y espero poder recuperar las fotos que descubran al cabrón choricero.

El primero robo, frustrado con efecto retardado

El último fotograma del robo

Este robo frustrado lo tengo apuntado en mi cuaderno de grandes éxitos detectivescos e interpretaciones. Me ocurrió en unos riscos remotos de La Muela. Como suele ser habitual por allí no iba nadie. Ni sendas, ni nada reseñable que justificase la caminata cuesta arriba a pleno sol. Sólo iban por allí las cabras del pastor.
Cierto día fui a recoger un par de cámaras que tenía instaladas en la zona. Llevaban las cámaras por allí ya unos tres ó cuatro meses grabando garduñas y ginetas.
Oh sorpresa! la primera había desaparecido!!

Bastante mosqueado y calentito porque sabía que tenía que haber sido el pastor me fui a ver la segunda cámara. Esta seguía en su sitio. Empecé rápidamente a ver las grabaciones. No, no salía nadie… pero! si que se habían grabado dos perros, hacía menos de dos horas y eran idénticos los perros del pastor. Estaba bastante mosqueado con él (a este pastor lo tenía ya atravesado desde hace tiempo, un marrano fácil de rastrear por los papel plata de sus bocadillos y sus Fantas de naranja esparcidas por sus posaderos habituales y porque expolia y destroza todo nido/madriguera que encuentre).
Sabía que había sido él pero no tenía como demostrarlo. Entonces se me ocurrió una jugada maestra: no tenía que demostrar nada, bastaba con que él creyese que sí podía hacerlo, así es que bajé el monte como sólo lo he visto hacer a chaval sorprendidos in fraganti robando una cámara de fototrampeo. Y me fui a buscar al pastor a su casa.

Tuve suerte porque en su casa no estaba pero estaba atardeciendo y no tuve que esperar mucho. Cuando llegó se vino el mismo hacia el coche, nos saludamos y sucedió algo como esto:
– Soy el dueño de la cámara que has cogido en lo alto de La Muela, vengo a que me la devuelvas!
– Cámara? Que cámara? yo no he cogido nada…
– Sí, una cámara que había allí arriba, atada a un palmito…
– No, yo no he cogido ninguna cámara ni nada…

(y aquí es donde sucede el giro inesperado del guión que deja en pelotas al malhechor en la película)
Saqué la otra cámara que llevaba en el asiento del copiloto y se la enseñe.
– Sí, mira! has cogido una cámara como esta, pero esta no la has visto que estaba en otro palmito, y esta te ha grabado cogiendo la cámara…
(la cara del pastor era otro poema en prosa, así es que aproveché para entrar a matar)
– Si quieres lo que puedo hacer es llamar a la Guardia Civil y enseñarles las imágenes y que ellos decidan que hacer.

A partir de aquí ya os podéis imaginar. La sorpresa se cambió a risa nerviosa, a miles de disculpas y excusas «Yo no sabía que era eso!!» y reproches morales «Hombre pues sino sabes lo que es lo normal es respetar la propiedad ajena!«. Me dijo «Espera un momento!«, se fue a la parte posterior de su casa y volvió con la cámara insistiéndome que no sabía ni lo que era ni para lo que servía. Yo le expliqué lo que era, para que servía y para que lo usaba yo un inofensivo fotógrafo de animales. El me juró y perjuró que no volvería a tocarlas, que las volviese a dejar donde estaban que en adelante las respetaría.
Y le creí sin duda. La cámara seguía intacta y encendida. Con grabaciones de garduñas y vídeos de un zurrón visto desde dentro con sonido cabras alrededor. Al poco volví a poner las cámaras en la zona, sí, un poco más escondidas. Y creo que el pastor y yo quedamos incluso como amigos. Lo que pasa es que eso ocurrió hace mucho y yo entonces no tenía barba, de modo que ahora cuando me lo cruzo por el monte él no me reconoce y yo no puedo evitar que me salga una risa maliciosa desde detrás de la barba mientras pienso: «je! tu no sabes quien soy yo, pero yo sí se quien eres tu! marrano!«