Un mundial de fútbol es un gigantesco referéndum a nivel mundial (valga la rebuznancia). Nuestra selección, la roja, la mejor, la más equilibrada, la más organizada, la más potente y con mejores tácticas, la Rubalcaba de las selecciones. Se presentó a la votación con ese aire de perdona-vidas que tienen las viejas glorias a las que aún nadie se ha atrevido a explicar que son más viejas que glorias… y les pusieron delante a unos indiecitos con una coleta muy larga y unos complejos muy cortos y todos dijeron: «arrgg!! salvajes!!«
La prensa a lo suyo, en su mundo paralelos que agoniza: somos los mejores es indiscutible, es sólo que (dicen) no nos hemos sabido explicar no hemos llegado al público ni a la portería. Y es que somos tan buenos que no necesitamos ni demostrarlo, no necesitamos ni meter un gol, podemos decirnos republicanos y votar monarquía.
En la casa Real que son de un cazurro mucho más exquisito la tienen bien aprendida: nuestra monarquía es amada de forma incuestionable, omnipresente y eterna. Sí o sí. Por la gracias de Dios. Los plebiscitos, como su nombre indica son cosas de la plebe, de esas bestias ignorantes empeñadas en patearse alrededor de una pelota de cuero y una normas de juego grotescamente democráticas. La monarquía está por encima del bien y del mal, y por supuesto de las leyes.
La pena es que todavía tengan que salir a la calle en coches blindados para cambiar de palacio, y en el camino descubrir que de las aceras están llenas de policías y vacías de personas, cada vez más interesadas en otros dioses más mundanos y televisivos, más terrenales, más tangibles y que podemos criticar.