Cuando el movimiento ecologista empezó a mirar para el campo comenzó a poner en duda muchas de las prácticas industriales que se llevaban a cabo para la producción de alimentos (vegetales y animales) y empezó, con mas o menos éxito, a plantear alternativas a dichas prácticas agrícolas.
Dependiendo del fundamentalismo/fanatismo del elemento en cuestión esta agricultura alternativa se desarrollaba prescindiendo de los insecticidas organoclorados, de los aportes minerales, de los tractores y maquinaria pesada ó incluso de la eliminación de la mala hierba.
Como os podéis imaginar había y hay modalidades para todos los gustos. A este movimiento de alternativas agrícolas se le conoció y conoce popularmente como «agricultura ecológica» o más fielmente a su terminología original «agricultura orgánica«.
Independientemente de que nos guste o no, compartamos o no sus principios esto es la agricultura ecológica, una serie de prácticas alternativas más o menos acertadas, más o menos disparatadas.
Por eso cada vez que leo algún comentario, tweet, blog en que duda de su existencia o de la corrección del término («la agricultura ecológica no existe. Por lógica, la agricultura nunca es ecológica«, decía un lumbreras) no puedo evitar que me venga a la cabeza la imagen de un adolescente quinceañero gritando eufórico después de consultar el diccionario:
– el feminismo es como el machismo, pero al revés!!
– So paleto!!