Me dejan frío «los toros». Hubo un tiempo, en mis años mozos, que me dio por ver corridas en la 2 de TVE. Con ojo científico me empeñé en tratar de entender qué cosa veían los aficionados en las tres suertes del toreo. No llegué a ver más allá de un baile delante de un morlaco que te puede sacar las entrañas. Nada de cultura: Acojone colectivo y desahogo animal primitivo ante la muerte del bicho, aderezado de capotazos y movimientos más del gusto homo que hetero, me da a mi la impresión. Pero igual me equivoco.
Ya entonces los movimientos ecologistas abominaban (abominábamos) del toreo, aunque defendían la dehesa. «Si existen las dehesas -espetaban algunos toreófilos- es gracias a que existe el toro de lidia». Pero eso es tan absurdo como decir que gracias a los atunes tenemos Mediterráneo.
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