Cuando entré a formar parte activa del movimiento de objeción de conciencia, que fue el que despertó en mí mis ideales antimilitaristas (no lo sé expresar mejor, perdón si suena ñoño) uno de los debates centrales era el de ejército popular vs ejército profesional. Estaba claro que nos oponíamos, y nos oponemos, a ambos, al menos en teoría. Pero, en el lento, lentísimo, discurrir hacia la desaparición de los ejércitos oficiales (=parte constituyente de los estados), nos preguntábamos si estaríamos más cerca del fin mediante un ejército profesional o, como hasta entonces, con un ejército -por resumir- no profesional.
Extrapolando ciertas ventajas e inconvenientes de ese debate, me pregunto hoy por la participación en los partidos políticos como un medio para estimular la democracia dentro y fuera de los mismos.
Dando por hecho que se han convertido en unas sectas en las que ciertos individuos, corrientes de opinión o holdings, en virtud del carisma y del dinero (que viene a ser casi lo mismo en muchos casos), son los que elaboran listas y ponen y quitan candidatos: ¿debemos reivindicar -como yo no me he cansado de hacer hasta la fecha- la apertura de esas instituciones para conseguir su no-profesionalización, o debemos reivindicar que sean dirigidas -como hasta ahora- por profesionales del oficio? ¿Debemos reivindicar democracia interna para que todos los afiliados formen parte del pastel o debemos dejar que solo sean los elegidos los que se sacrifiquen por el resto pasando por ser -como son- las bestias negras de nuestra sociedad?