Sanfermines

Hay actividades humanas que son brutas y otras que se definen por su delicadeza. Imaginemos al cirujano de turno extirpando un tumor y luego a un carnicero despiezando una ternera a hachazos, por ejemplo. Sin la proteína animal muchos moriríamos. Con un tumor en nuestro organismo también.
Mencionemos, por contrastar, que el mecanismo que hace volar por los aires un edificio con gente dentro también entra dentro del ámbito de «lo delicado»; el hecho en sí es para muchas de nosotras el paradigma de la brutalidad.
Dejando de lado el debate sobre cómo sería un mundo vegetariano frente a otro, el actual, omnívoro (y bien es cierto que nos «lo comemos todo»), y también lo bien que viviríamos sin armas de destrucción masiva, sí es cierto que hay actividades humanas que nos embrutecen, nos despiertan los instintos salvajes que todas las personas poseemos.
Eso sucede con los encierros de toros.
En los encierros de Moratalla yo he vivido el miedo que supone estar cerca de un animal que en cuestión de segundos te puede destripar. Imagino que en los Sanfermines sucederá algo parecido. Los hay que correran delante del toro por el placer químico que da la adrenalina de saberse vencedor en la carrera, pues la incosciencia no creo que por sí misma sea droga suficiente. Otros, los más incautos, lo harán por la adrenalina que da el miedo. Yo, autoridad gubernativa, ofrecería chutes gratuitos de esa droga a cualquiera con un pañuelo rojo atado al cuello. En breve tendrían que contratar a mozos que quisieran jugarse el pellejo por el morro.
El problema para mi no es el toro ni los que se dejan coger por el toro, pudiendo evitarlo. Allá ellos. Lo que a mi me preocupa es que propagando actividades que nos embrutecen, como los toros y los encierros, todos perdemos, antes o después. Un paso hacia el embrutecimiento nos aleja de una sociedad más delicada y sensible. No creo que más ñoña porque me da a mi que hay más ñoñería en cada una de las personas que se atan el pañuelito rojo y se visten de blanco que en los que optamos por no ponernos delante del toro. Pero ese es otro cantar.