Tengo una amiga que compadece a los que fumamos. Como yo fumo poquísimo, pues me compadecerá poquísimo. Y me alegro, porque a mi no me gusta que la gente ande compadeciéndome, aunque sea poco. Y no porque no tenga motivos para compadecerse de mi -pobre michirón de la vida-, sino porque es muy incómodo y poco estético el panorama que se nos presentaría de andar todo quisqui compadeciéndonos los unos a los otros por mil y un motivo:
– Compadezco a los que no les llega a fin de mes.
– Compadezco a los enfermos.
– Compadezco a los parados.
– Compadezco a los estresados.
– Compadezco a los hambrientos (y a los sedientos).
– Compadezco a los aburridos.
Etcétera.
Este rosario de compasiones (que se parece a un anuncio de la Coca-cola) convertiría los cuatro días que nos ha tocado vivir en un auténtico valle de lágrimas, y tampoco es eso.
El existencialismo que (también y tan bien) profeso me ha enseñado que «cada perrico se lame su pijico», lo que traducido al Román Paladino quiere decir que cada uno encuentra modos y maneras de pasárselo bien, sin pensar todo el rato en el día de mañana, porque el día de mañana ya llegará mañana.
Que sí, que hay que cuidar un poco de la salud, porque gracias -también- a que no perdemos el tiempo con el fumeque el Producto Interior Bruto de nuestra patria sube y sube… y eso sí que está bien, pero sin pasarse, que al fin y al cabo, es bruto. Y para brutalidades con asomarse a cualquier ventana, sobra.
Por no enrrollarme más, ilustraré mi modo de pensar con una anécdota verídica, y además real, que me ocurrió la semana pasada:
Iba yo con mi coche a 120 km/h por la autovía de Murcia a Cartagena cuando de pronto miro por el retrovisor y me veo a un motorista que al adelantarme me mira -iba sin casco- y me hace señas para que baje la ventanilla del coche. Lo hago, y me dice casi a gritos con una mano en el manillar y un cigarrillo en la otra: -¡¡chacho, tienes fuegooo!!.
A lo que yo respondí: – ¡muchacho, que te vas a matar!
Y me dice: ¡¡Qué va, si fumo muy poco!!