Un buen montón de jóvenes madrileños se presentan a un examen de oposiciones y suspenden. El 86 % de los que se presentaron. El examen estaba tirado, como se puede comprobar siguiendo este enlace a la noticia recogida en prensa, y se presenta como un gol por toda la escuadra a la escuela pública. Pero yo no lo veo tan claro.
¿Por qué sale ahora la noticia y no en el momento en que ocurrieron los hechos, hace dos años? Los que publican la información podían dar alguna explicación. A lo mejor en breve vuelve a salir el minisro de Educación a decir que sobran 20.000 profesores. ¿Cómo es posible que pasemos de considerar a los jóvenes españoles como la generación mejor formada a considerarlos unos inútiles que ni estudian ni trabajan, y encima suspenden cuando lo intentan? El problema en cualquier caso no viene por los que suspenden, sino por los que habiendo suspendido, pueden ejercer de maestros desde las listas de interinos.
En cuanto ha salido la noticia del suspenso masivo ha sido la comidilla en numerosos foros sociales. Muchos defensores de lo público han visto en ese examen fallido un ataque a la escuela pública, y se han lanzado a su defensa. Yo he leído, enlazado por un amigo, lo que opina un profesor de sociología y catedrático, y no he podido resistirme a comentar lo que opino yo al respecto, que básicamente se resume en que tú puedes golpear la pelota perfectamente, que sortee a los jugadores contrarios y se cuele en la portería por toda la escuadra, y hacerte perder el partido, si la portería en la que alojas el argumento es la tuya.
La educación pública en España necesita una puesta a punto, desde mucho antes que los aspirantes a profesores madrileños suspendieran masivamente sus exámenes. Esta reforma debería pasar, desde mi punto de vista, entreo otras cosas por:
– Renovación del currículo: no necesitamos un gran currículo. Necesitamos un currículo útil. Que aúne las tres principales etapas educativas: infantil, primaria y secundaria. Por consiguiente, necesitamos un nuevo modelo de escuela, que junte en un edificio los tres niveles. Este tipo de escuela existe, funciona y tiene futuro, pero se ha dejado en manos privadas. La inmensa mayoría, por no decir todos, los centros escolares que ofrecen los estudios en las tres etapas del sistema educativo son privados o concertados, y además tienen comedor escolar. Curiosos tiempos estos en que la escuela pública debe correr detrás de la privada para ser útil o sobrevivir. Esto es una muestra más del problema principal al que se enfrenta la escuela pública. Le sucede como al lince ibérico, que está en peligro de extinción porque su hábitat se ha degradado. Igual que es más exacto hablar de hábitats en peligro de extinción que de animales en peligro de extinción, con la escuela pública sucede algo parecido. No podemos pretender que en el mundo “made in China y viva la virgen de la Paloma” que estamos construyendo sobreviva la escuela pública sino damos a conocer las ventajas del laicismo. En este sentido, hace falta un profesorado y unos padres que reivindiquen para la escuela pública un laicismo radical. Sin laicismo no hay escuela pública. El laicismo es a la escuela pública lo que las agallas al pez. Si no se respira el laicismo en las aulas, el pez se muere. Para ello los esfuerzos por desarrollar esta ideología deben aumentar.
– Renovación del profesorado: en el sentido de que hay que cambiarle las pilas con incentivos económicos, para que los complementos que cobramos sean eso, complementos, que cumplen una función. Principalmente estimular la labor docente para hacerla no más competitiva, como el mencionado Mariano Fernández-Enguita señala, sino más útil a la sociedad. Aceptamos que el director del centro, el jefe de estudios y el secretario cobren más que el resto de profesores. ¿Por qué no aceptar también que el profesor que desarrolle proyectos innovadores y se involucre en la formación extraordinaria de sus alumnxs y la mejora de su centro cobre también un complemento (o que el que no lo haga no lo cobre, que es lo mismo)? Para esto es necesario que haya más transparencia en la gestión de los centros educativos, con mayor implicación del claustro y de los padres. Los padres deberían poder exigir un tipo de actividad escolar, formativa, que cubriera las necesidades que las familias advierten en un momento dado: desde clases de mecanografía, hasta limpieza de discos duros…
Pero no hay ningún sistema que funcione sin una adecuada evaluación de todas sus partes. En nuestro sistema educativo la evaluación corre a cargo de la inspección educativa, pero está tan saturada (un solo inspector debe cubrir decenas de centros escolares) que es imposible que cumpla su función, más allá de pasar por los centros a pedir papeles. O se invierte en la inspección, o hay poco que hacer. Los profesores de menor edad son más fáciles de orientar hacia nuevos modos de afrontar la educación, pero hay maestros más conservadores que no están tan abiertos a los cambios. Muchos de ellos manifiestan abiertamente las ventajas de la privada frente a la pública. Y esto es ideología. Aquí hay poco que razonar. Vete a ver que piensa Wert de todo esto.