Qué bellos tiempos nos toca vivir. Día sí, día no, nos vemos los amigos y amigas en la calle. Nuestro cariño no conoce el frío ni el calor. Poco nos importa que en nuestras viviendas nos estén esperando los mejores programas culturales de televisión: televisión de plasma y pública. Poco nos importa que a través del ordenador tengamos acceso a una cultura gratuita, de calidad, subvencioanada por los impuestos de todas. Muy bien podríamos quedarnos en nuestros palacios, que nuestro trabajo nos ha costado poseer plenipotenciariamente, en los cuales disfrutamos, también, de alimentos genéticamente transparentes, cuyo etiquetado haría palidecer al mismísimo Cervantes.
Gracias a años de venturoso esfuerzo laboral, ininterrumpido, merced a las gloriosas políticas de empleo que nuestros honestos gobernantes implementan desde los años… desde siempre, hemos conseguido poseer esos bienes de consumo, arrebatándoselos a los bancos de sus preocupaciones, y permitiéndoles a éstos dedicarse a lo que genuinamente están destinados: fomentar la cultura y la filantropía. Poco de esto importa.
Bien es cierto que el injustificado reparto del tiempo dedicado a ocio nos impide muchas veces obtener grandes salarios. Pero no hay paro. Y además, nos queda la satisfacción de estar contribuyendo a generar unos valores muy positivos en nuestra sociedad, y eso se nota en nuestra clase política y en nuestros jóvenes. Los unos siempre son los primeros en rebajarse el sueldo y dar ejemplo de austeridad, templanza y, sobre todo, generosidad. Los otros, dan muestras de su inteligencia y de su coraje, y no dudan en arrostrar las más duras empresas por conseguir mejorar la sociedad que se han encontrado, luchando contra las injusticias que, en otras partes del mundo, aquí casi nunca, se producen. Que nada cambie, que todo siga a sí. Y pese a todo, seguiremos viéndonos en la calle.
Y seguirá siendo así, por mucho que la lucha de los antisistema, de toda la vida, nos puede llevar al hospital o al juzgado. Para eso pagamos impuestos. Para que los hospitales sigan siendo públicos y la justicia gratuita. Como buen ejemplo de ello da nuestra capital de república, Barcelona.
Si se produce algún cambio que sea suave, sin traumas… que la vida es breve y a nadie nos conviene desperdiciarla en enfrentamientos estériles. Esto es lo que yo siempre les digo a mis amigos cuando los veo. Que sí, que muy bien podríamos quedarnos en casa y disfrutar de nuestro predio particular, pero que hay que salir a la calle, y disfrutar de lo que nos ofrece el gobierno. Que para eso lo hemos votado.