José Reyes Fernández Comejamón

Ojeando estaba un “diminuto blog” la mar de interesante (leyendo “ruido de caracoles“), cuando he recordado una discusión de anoche, pero bastante recurrente en los últimos días, sobre una noticia que ha corrido como un reguero de pólvora: “la denuncia al profesor que defiende el jamón por parte de un alumno musulmán”.
Dice el profesor que no insultó a nadie. Dice la madre del alumno que sí. Dicen los medios que esto es una noticia digna de ser aireada a los cuatro vientos. Dicen muchos que los marroquíes tal y que los marroquíes cual, y que ya se podían marchar a su tierra.
Supongamos que soy yo el que me voy a vivir a Tailandia, donde la carne de perro es muy bien estimada. Supongamos que siendo yo alumno un profesor, conocido mi rechazo a esa tradicional vianda o no, da igual, alaba sus bondades. Supongamos que me siento herido en mis más elementales principios gastronómicos y vitales, y en un arrebato me planto en la comisaría de Tailandia más cercana a denunciar a ese profesor salvaje que come perro. Pregunto: ¿quién cojones sería capaz de publicar una denuncia como esta en los medios de comunicación si no es para ridiculizarme a mí y a mis creencias? Si todo esto acabara en el ridículo sería suficiente. Pero no es así. Los periodistas que airean estas noticias no solo pretenden escarnecer a sus protagonistas, deberían ser conscientes (y más de uno deberá de serlo) de que en los tiempos que corren -en los que la crisis hace que ciertos sentimientos anti-inmigrante crezcan- ciertas noticias no contribuyen precisamente a abundar en los innumerables puntos de encuentro de que gozamos con las innumerables culturas, tradiciones y creencias que nos rodean. Más bien todo lo contrario. Si no podemos pedirle cordura y respeto a nuestros periodistas, intentemos los lectores no echar más leña al fuego de la irresponsabilidad.
Y también he recordado, por volver al principio, cuando vinieron unos amigos alemanes y los invitamos a comer caracoles: una de las alemanas se fue corriendo a vomitar al lavabo (literalmente). A ella no se le ocurrió correr a denunciarnos a comisaría por comer esa carne gelatinosa y pringosa, pero tampoco a nosotros se nos ocurrió ridiculizarla y publicar a los cuatro vientos su desdén por nuestros caracoles. Y mucho menos se nos habría ocurrido decirle que era una inútil y que no nos importaban sus preferencias culinarias, ni sus creencias religiosas; ni tampoco que “si no estaba de acuerdo con las enseñanzas y conocimientos que se imparten en el centro, tenía la posibilidad de elegir y marcharse a otro colegio” (lo que, como cita erudita, deja mucho que desear).
Y es que nosotros no éramos sus profesores y ella era solo una amiga.
Yo, sinceramente, creo que lo que este profesor quería era dejar caer al resto del alumnado lo que podrían obsequiarle a él, en estas fechas de notas y resultados y el marroquí se ve que pensó: “y un jamón que te comas”.