Aula que Esperanza añora

La Presidenta de la CA de Madrid, acaba de anunciar que quiere “reforzar la autoridad de los profesores” y para ello va a sacar una Ley de la Autoridad del Profesor(quedaría mejor “profesorado”, por aquello del lenguaje no sexista; pero ella está por encima de esto), que arregle las cosas que no funcionan, en lugar de apoquinar leuros, que es lo que hay que hacer.
En el Debate del Estado de la Región (en Madrid, pero a ver lo que tardan los lumbreras murcianos en sacarse de la manga una patochada igual), Aguirre anunció la mencionada ley para devolver a los profesores “la autoridad que se les ha usurpado”(1, 2, 3). Y ¿cómo lo piensa hacer? Pues, para empezar equiparando la figura legal del profesor a la de la policía. Imagino que no se referirá a la policía de Pozuelo.
Lo que una medida así oculta, o puede ocultar, es la impunidad de la que tradicionalmente goza la policía cuando se ve envuelta en una trifulca gracias a la “presunción de la veracidad” de la que gozan. Así que habría que ir con cuidado. Todos conocemos, o hemos conocido, más de una situación violenta protagonizada por la policía, en la que un manifestante, una persona, es agredida (muchas veces sin motivo ni razón) y cuando acude al consultorio a solicitar un parte de lesiones y se acerca a la comisaría a interponer la denuncia pertinente se encuentra con que el mismo policía agresor lo ha denunciado o lo piensa denunciar por agresión. Llegado el día del juicio, el juez ventila el asunto al modo Salomónico: el ciudadano se queda con su cabeza magullada, y el policía con su porra lastimada. Es decir, llegado el caso de que a un profesor se le vaya la mano contra un alumno díscolo no tendrá muchas oportunidades de vérselas ante el juez.
Además, la propuesta de Esperanza Aguirre desempolva el concepto “la tarima del profesor”, como herramienta “para tener una visión más general” de la clase. Y dice, ya para alucinar, que no comprende por qué se han dejado de usar.
Yo se lo explico, que esta me la sé.
En España se viene intentando una reforma en profundidad del sistema educativo desde la década de los 90. Por no extenderme mucho me ceñiré a lo que nos ocupa: debería saber Esperanza Aguirre que uno de los objetivos pedagógicos que perseguía esa reforma era abolir ciertos roles del profesor tradicional, y primar otros (más “comunicativos”, por resumir).
El rol del profesor, sentado en la mesa, impartiendo doctrina a diestro y siniestro, se ha desvelado como inútil, anacrónico en la actualidad. Si lo que me dice es que tampoco ha “pegado” el rol de profesor colaborador, que se pasea entre los grupos o equipos de alumnos, animando el trabajo y motivando el estudio, le daré la razón. Muchos de mis compañeros de profesión simplemente no conocen las ventajas de un modelo frente a otro. Otros las conocen, pero no se las creen. Y existen otros que las conocen y se las creen (y las defienden), pero las consideran poco viables bajo ciertas condiciones. Entre estos últimos me encuentro. Y es que el sistema tradicional no necesita muchos recursos educativos, ni esfuerzos del profesor, mientras que el otro sí. (Curioso eso de exigir esfuerzo al alumno sentado en la poltrona tarima). Podemos insistir en lo de “la letra con sangre entra”, que es lo que subyace en las palabras de la Aguirre, cuando busca el modelo de hace cuarenta años, con los alumnos de pie al entrar el sargento “profe” en el barracón aula. O podemos seguir apostando por un sistema educativo nuevo y de calidad. Para ello, no hay fórmulas mágicas, ni tarimas salvadoras. Todo pasa por formar al profesorado, rebajar la edad de jubilación del mismo(que los avances tecnológicos tienen a un buen porcentaje con el pie cambiado), disminuir la ratio, y dotar los centros escolares con suficientes recursos (aulas suficientes, dinero para actividades extraescolares, más horas de preparación de las clases…).
En cualquier manual de didáctica por mediocre que sea siempre podrás leer que un alumno disruptivo es, en muchísimas ocasiones, un alumno que se aburre.
El sistema económico ha permitido que la lucha feminista que reclamaba igualdad en el trato laboral de maridos y esposas se extienda: ahora ya no se explota solo a los hombres: las mujeres también tiran del carro. Como consecuencia, tenemos o bien familias desestructuradas por tener que trabajar ambos progenitores muchas horas fuera de casa (el PP de estas familias no habla, solo de las monoparentales y de las de homosexuales), o bien familias en las que solo trabaja uno y que deben hacer malabares para pagar la hipoteca y apretarse el cinturón para llegar a fin de mes. En cualquier caso, el panorama que se les presenta a los hijos e hijas es, como poco, aburriente y poco estimulante, dentro y fuera del centro educativo. Ambos dos, los mejores ingredientes detonadores de conflictos (y de jumeras de fin de semana y botellones varios).

Profesora en pie, alumnas sentadas

Lo que Esperanza quiere meter en las aulas, no lo dudeis, son “torres de control y vigilancia”, no profesoras preparadas y con recursos, con capacidad de desarrollar clases entretenidas y formadoras. ¿Las razones? Bueno, las “torres de control y vigilancia” son más baratas de mantener. Y más obedientes. “Mi Espe” lleva un “cate” tras otro en pedagogía. Menudo ejemplo que da.