Yo me las prometía muy felices, viendo como habían marchado las primeras dos lecciones. Pero a la tercera fue la vencida. Y Miguel me pudo.
Desayuno: biberón con cereales y una galleta. Como siempre, lo agarra y se lo toma el solico.
Almuerzo: macedonia de fruta (kiwis, manzanas, sandía, plátano). Perfecto, sin problemas.
Comida: Lenguado rebozado y tomate del jardín. Puuff! Hace la cobra cada vez que le acerco un trocico.
¿No quieres?
– No
– Pues ya te lo comerás…

Y vaya si se lo comió, pero al día siguiente y mezclado con patatas, judías, calabaza y zanahoria hervidas.
Me pasé. Insistí en que se comiera el pescado en un formato que no era el adecuado. Tuve a la criatura 20 horas sin probar bocado. Así que cuando vi que no había nada que hacer, le di un yogur, y luego la papilla mencionada.
Él está más contento que unas castañuelas y no creo que le haya traumatizado, pero me da la impresión de que debo espaciar más las “lecciones”, que el verano es muy largo y él aún no tiene dos años.