Carnaval Santa Cruz de Tenerife

Me puedo imaginar (por experiencias propias similares) lo que se siente cuando durante una semana o dos al año el ruido de la gente, sus bocinazos, sus risas, sus gritos, las músicas ensordecedoras en que se mezclan éxitos de ayer con los de anteayer, formando un zumbido a toda pastilla, y un gran etc, no te dejan dormir ni descansar en tu casa. Y eso que a mí el Carnaval siempre me ha gustado (aunque en particular el de Santa Cruz de Tenerife no, por varias razones que no vienen a cuento, pero que no son difíciles de adivinar…). Pero veo que el tema se les va de las manos a los políticos de turno y al final, en el fragor del Carnaval, va a haber que lamentar heridos (y no me refiero a heridos por intoxicación etílica, aunque algo pueda tener que ver el alcohol en esto; y ojalá me equivoque).
Según acabo de oir en el telediario, resulta que el Carnaval ya se ha trasladado dos veces de sitio, cuando discurría el evento por barrios de alto copete (en concreto, el barrio del Alcalde y de su suegra, denuncia públicamente un vecino).
Y es que tiene que ser frustrante decidirte ir a poner el asunto en manos del juez, que éste te dé la razón, y que entonces sean los medios de comunicación los que te juzguen y te condenen, bajo el jaleo, el aplauso y la mirada cómplice del público y del ayuntamiento. Y es que han acuñado estos un latiguillo, “el carnaval se vive en la calle”, que me recuerda una sentencia que hizo célebre Fraga, cuando afirmó que la calle era suya. Hombre, eso no es.
Los vecinos afectados tienen la razón y la justicia de su parte. Y la sentencia no tiene vuelta de hoja: que se lleven el Carnaval a donde no moleste, que sitio parece que hay. ¿Qué problema hay entonces? ¿Es que la gracia del Carnaval reside en fastidiarle el descanso a los vecinos denunciantes? No lo comprendo.
Pero mira, yo propongo una alternativa a la sentencia del juez que, vistas las pasiones que desata en Santa Cruz de Tenerife el Carnaval, gozará de buena acogida: propongo que todos los ciudadanos y ciudadanas ávidos de Carnaval formen una fila y amoquinen a partes iguales dinero suficiente para sufragar -como imprevisto- un panel aislante de chorrocientos metros de altura -los que hagan falta, el Carnaval lo merece- y tropecientos centímetros de grosor -sin miserias- para garantizar el descanso de los vecinos, su aislamiento acústico del festín carnavalero. Y si no que lo pague el alcalde de su bolsillo, que tengo entendido que no anda escaso. Luego se desmonta el panel y se guarda para el año siguiente. Y aquí paz y después gloria.