Decía ayer Javier Ortiz (6/2/2007- “Las Víctimas”) -refiriéndose al creciente prestigio que está adquiriendo la condición de víctima en nuestra sociedad que ha llegado a convertir la victimología en una disciplina académica en Francia:

“Puede resultar paradójico a primera vista que algo así suceda en una sociedad que practica el culto al ganador. Pero la función que cumple la figura de la víctima es fundamental para apuntalar otro fundamento del orden actual, que no es otro que la dictadura de la emoción sobre la razón. Ayuda también a romper definitivamente las barreras entre lo privado y lo público: (…)”

¿La dictadura de la emoción sobre la razón? La sinrazón, querrás decir, amigo Javier. Porque si no, pareciera que antes se vivía en un estado razonable (¿el de la camaradería, el compañerismo y la solidaridad, quizás?) y que esta nueva sociedad – la de la victimología– hubiera venido a romperla a golpe de lágrima y aplauso. Y no me lo parece. Por lo que yo sé, las injusticias sociales ahora no son mayores que hace unas décadas. Quizá ahora sí tenemos más cantidad de información a nuestro alcance y las armas de destrucción se han hecho más sofisticadas. Pero el grado de sinrazón no creo que haya variado en gran medida. Es cierto que la iniquidad con la que los EUA, el gran gendarme mundial, asesina pueblo y rompe estados, con el beneplácito del resto de las potencias occidentales, es mayor ahora que cuando varios países se disputaban, se repartían los despojos. Pero también ahora existen unas organizaciones sociales que desde los márgenes del sistema lo cuestionan y que antes, o bien no existían (Foro Social Mundial) o su fuerza y su proyección social estaban más que limitadas, amenazadas (Greenpeace, Amnistía Internacional…).

¿Se han roto las barreras entre lo privado y lo público? Puede que sí. Yo estoy por darte la razón. Pero mi opinión dista bastante de ser negativa en este aspecto. Y es que, aunque es cierto que ahora es bastante normal que veamos a ciudadanos y ciudadanas dirimir sus problemas, aliviar su penas, expiar sus pecados en público, esto supone una ventaja considerable respecto a lo que sucedía antes. Sí es posible que la sociedad le diera la espalda a las víctimas no hace muchos años. Pero también era normal entonces -y aún hoy en menor medida-, que esos mismos ciudadanos y ciudadanas (víctimas y verdugos) fueran a hacer lo propio en misa, al comulgar. Allí, bajo secreto de confesión, le contaban al cura las miserias y los pecados cotidianos, para que él les enseñara el camino de la salvación, tal y como Dios le diése a cada cura a entender. Y eran imprescindibles, por depravados y sinvergüenzas que fuesen (y más de uno lo era). Así pues, las ventajas del nuevo sistema televisado creo que son obvias: no hacen falta curas o sacerdotes de ningun tipo para resolver cuestiones que son en su mayoría asuntos que tienen que ver con problemas que surgen en la normal relación entre personas: el roce entre personas genera amor y odio, al fin y al cabo. Aunque algunos no necesitemos que la televisión nos lo recuerde, no está mal, si así conseguimos sacar a la luz de los focos del plató esas pequeñas y grandes miserias, humanas todas, de las catacumbas de la iglesia; motor inigualable de conversión de las personas en víctimas, al menos, del pecado original (incluídos los verdugos).