No son radicales las ideas que se quedan bajo tierra. Radicales y libres (y no hablo de moléculas inestables ni de las juventudes batasunas), son las ideas que partiendo de la raiz no solo florecen y fructifican, sino que vienen los pájaros y se comen los frutos, cuyas semillas diseminarán (valga la redundancia) por aquí y por allá.
Aquí os traigo, pues, mi cagada particular:
Hay quien, con buena intención, afirma que “Pretender que se produzca una revolución social como resultado de la suma de millones de mini revoluciones individuales (o familiares, tanto da) es una pura ensoñación. No va a ocurrir jamás. (Javier Ortiz – “El tren” 3/2/07)“. Y se equivoca. Y no solo porque de este tipo de revoluciones la Historia esté llena (¿o no supone una revolución social el hartazgo de tanta “violencia doméstica” que ha conseguido hasta un ley específica en contra y ha sido producto de “mini revoluciones individuales” de mujeres que han dicho “ya está bien”? ¿o habremos de atribuirle el mérito solo al gobierno de ZP?; ¿Y qué me dicen de los índices de productos reciclados por la exclusiva buena intención de los recicladores?; ¿y si hablamos del abuso a los menores de edad, respecto a su libertad sexual y también formativo-laboral?; o si no, hablemos de los derechos conquistados por el colectivo de personas homosexuales, tras la suma de pequeñas mini revoluciones individuales.), no solo porque -digo- la Historia -de España en este caso- esté llena, si no porque nada nos impide imaginar que los mismos pasos que se han dado aquí ¡u otros pasos mejores! se pueden dar aquí o allá. Solo es necesario que vengan unos pajarillos y pajarillas y coman frutos…
Pero qué dirá -por continuar con los ejemplos- una que no es mujer maltratada, ni ve los beneficios del reciclaje, ni ha sufrido violencia sexual en la infancia ni ha tenido que doblar el lomo, ni es homosexual, pues dirá que todas estas movilizaciones ni son movilizaciones ni son ná. Más bien desmovilizaciones. Dirá. Y, con buena intención, se equivocará.