vasos comunicantes

Entre las personas que nos consideramos “gente de izquierdas” o “progresistas”, etc, existe un debate más o menos larvado respecto de la posición ideológica de cada una en un asunto de bastante envergadura, que viene de lejos: movimientos sociales versus partidos políticos.
En ambos grupos encuentras fácilmente personas que opinan, por un lado, que lo que se hace en la calle es un simple desahogo que enerva los ánimos y, por el otro, los que dicen que en la política lo único que hay son acomodados y ególatras. Ambos tienen parte de razón, pero hay más tela que cortar.
Como no quiero reproducir un debate largo y complejo, me centraré sobre uno de los aspectos que suelen pasar desapercibidos en ese debate del que estoy seguro que todas vosotras habeis participado alguna vez. Me quiero referir a las minorías en esos grupos: fundamentalmente dos: los que desde fuera de los grupos políticos y desde dentro de los movimientos sociales apuestan porque haya un trabajo abierto y coordinado entre ambos. Y en el otro bando, los que desde dentro de los partidos políticos apuestan por abrir sus listas electorales y cargos directivos a personas que han demostrado -sin necesidad de hacerlo- su capacidad de trabajo y su honestidad en las áreas de participación en las que han participado.
Aunque parece un galimatías, creo que es muy importante resaltar la importancia que tiene.
Todos los que alguna vez hemos participado activamente en movimientos sociales sabemos la importancia que tiene contar con “personal-técnico” que es capaz de analizar y organizar información y acción. Entre otras cosas porque no abunda.
En la esfera de lo político, institucional, sucede que hay personal-técnico a discreción, los funcionarios de las administraciones públicas, pero hacen falta ideólogos-activistas que rompan las rutinas internas que se dan en los partidos políticos y en los ayuntamientos y comunidades autónomas.
En resumidas cuentas, que los movimientos sociales tiene que conquistar el tecnicismo del funcionario para no convertirse en organizaciones con un fuerte carácter simbólico (sí) pero sin capacidad transformadora (también) y los partidos políticos tienen que adquirir el espíritu del activista de movimientos sociales si no quieren seguir siendo reducto de arribistas y “funcionarios de lo político”. ¿Cómo se consigue esto? Son muchas las respuestas, seguro, pero tengo claro que o son vasos comunicantes en los que el equilibrio entre uno y otro se supone, o acabamos como el Partido Popular, gobernados por ultraderechistas votados por nuevos ricos, arribistas y descreídos.