Ayer me contaba Merche como los vecinos del bloque de sus padres se esmeraban por poner en la calle los vecinos del cuarto piso. ¿su delito? Les gusta la heroina. Ni gritos, ni suciedad, ni escandalos, solo el aspecto de aquel que sus ingresos no alcanzan a pagar sus vicios.

Hace ya tiempo que vallaron la plaza central de la barriada para persuadir a los jovenes que tenían por costumbre sentarse en los bancos a charlar hasta las mil de la noche. Cerraron todos los accesos a la barriada con puertas correderas y la rodearon de avisos de prohibido el paso y propiedad privada. Y ha funcionado. Ahora puedes pasear por la barriada sin cruzarte con nadie. Las vecinas se pasan las horas muertas asomadas a la ventana de la cocina esperando ver pasar a alguien, siquiera uno que lleve la camisa por fuera y la plaza de los bancos ya no la visitan ni los gorriones. Nadie se va a molestar en subir al tercero para pedir las llaves de la puerta. Los perros cagan a su antojo, que ya nadie va a pisar sus excrementos, y las palizas domésticas ocurren en privado y en silencio, que ya ningún ruido tapa lo que ocurre de puertas para adentro.

Pero no se engañen, no es una barriada de élite. Las casas de Corea son una barriada que construyó en los años 60 la empresa nacional Bazan para los trabajadores de la factoría. Son edificios poco pretenciosos, casi tristes. Con nombres como plaza de Levante o plaza de Poniente, calle 3 y calle 4. Las vecinas, cuyos hijos ya se han marchado de casa, acuden cada día a misa en la iglesia de San Fulgencio a rezar por los pobres del El Salvador, Nicaragua, Costa Rica e incluso de Irak, para que alguien salve a esa pobre gente de los que son como ellos mismos. Mientras, su marido, un amable caballero, presidente del bloque y miembro activo de Caritas revisa las facturas del agua de sus vecinos del cuarto.

Luego, por la noche, podrán oir en television a un honorable vecino comentar extrañado a las camaras:

– “… no entiendo como a podido pasar esto, era una persona muy tranquila, nunca se metía con nadie. Normal.”

Y es que, a pesar de lo que cada día diga el señor cura, el maligno es un señor muy normal, sin cuernos, sin rabo y muy amable.